Dos

Se despertó aquella mañana lluviosa. Hubiese sido sencillo confundir los tiempos del día debido a que estaba todo tan oscuro que asegurar que eran las cinco de la tarde hubiese sido la respuesta correcta. Era las ocho y al gente ya llevaba una hora de trabajo, el turno en el hotel había sido relevado, algunos buses recorrían la ciudad por tercera vez, los desayunos, con dificultad, eran dispensados en las esquinas que tenían los kioskos verdes y de esa manera la gente contribuía al sentido de sociedad. Hacía bastante frío ya para encontrar calor extendió su brazo a su derecha donde un cuerpo debería de estar esperándolo pero se topo con el vacío. No le sorprendió. Aquel carnaval de sonrisas y caricias de antaño debía terminar en algún momento y el momento era ese. Volvió a ser él en la calle, él en la vereda, él en un cubículo cualquiera y ella la lejana, la efímera, la pasante. Se conocían bien y aquel fin de semana fue como 15 años atrás.

Se acomodó en el centro de la cama y cerró los ojos, la película del "What if...? pasaba por su cabeza: ¿Y sí ella fuese mi esposa? Recordó que oportunidades tuvieron muchas pero para cada "si" de ella él tenía un no guardado y viceversa. Finalmente, ella se casó y aquel ir y venir se transformó en solo ir. Su vida, en ese punto, tomó un giro inesperado; él se casó con una belga al finalizar sus estudios en Francia. La vida para ambos fue más de lo que pudieron pedir. Lastimosamente, él no pudo tener hijos mientras que ella tuvo dos niñas.

Anteriormente se habían visto en diferentes lugares, ambos tenían esa costumbre de viajar constantemente más que nada porque su trabajo así lo requería, sin embargo no intercambiaron mas que un apretón de manos o un saludo a lo lejos. Aquel viernes había una conferencia en aquella ciudad y ambos estaban invitados. Fue esa tarde en la que se saludaron de nuevo. El reconoció que aun tenía esa mirada diáfana, aterradoramente agradable. Se sentaron juntos, lejos se sus compañeros de trabajo.

-¿Que tal te ha tratado la vida? -preguntó el directamente. Algo normal en él que carecía de protocolos.
-Pues hola, ¿Cómo estas? yo muy bien gracias -parodió ella- Así se comienza un conversación agradable, no con un seco "¿Qué tal te ha tratado la vida?". You are losing touch, my friend.

Él rió

-Sigues igual
-Yo no cambio
-Así veo
-Acéptalo -replicó ella- Siempre te he caído bien.
-Tenías tus ratos -respondió en todo gracioso.

La conferencia quedó en tercer plano. Ambos estaban tan absortos en el otro que casi era imposible decir que 15 años los habían separado. Continuaron charlando durante el coffe break. Eran viejos amigos que se volvian a encontrar, había mucho que platicar.

-Respondiendo a tu pregunta, la vida me ha tratado muy bien. Sabes de sobra que hay caminos que exceden nuestras expectativas -Dijo ella.
- Lo sé, somos prueba de aquello.
-Entonces, ¿Eres feliz?

Pregunta difícil, un divorcio lo deja a uno desajustado. Fue en ese momento que previó la pregunta iba mas allá. Dependiendo de su respuesta la comodidad de ella se vería afectada.

-No te mentiré, tuve mejores momentos entre Billy Corgan y Tolkien junto a ti pero fuimos escalones en este mundo cambiante. Pero en ese lapso, a tú lado, fui tan feliz.
-La ultima linea borro el bla bla bla anterior -respondió ella esbozando un sonrisa pero la prueba de la noche era la siguiente pregunta.
-¿Qué te hizo partir?

Siempre repasó una respuesta que le permitiera salir ileso de un posible encuentro con ella. Después de tantas veces la respuesta salió mas por repetición que por meditación pero no por eso dejaba de ser cierta.

-Celos. Simplemente jamás me pude perdonar ciertas cosas. Y creer en el karma fue mi condena. Nunca pude curar ciertas heridas y en la soledad uno tiende a ser presa de esos demonios. Pero eso no fue todo, sentí que en vez de aminorar tu peso solo lo incrementaba, aquello frustraba en demasía fue por eso que decidí partir.

Ella escucho la explicación en silencio. Por fin uno de los mas enormes enigmas de su vida le era revelado, aunque siempre supuso muy bien. Él esperaba alguna reacción sulfurosa, explosiva de esas a las que estaba acostumbrado a responder con un  semblante inquebrantable, con una sonrisa a medias. Pero aquello no sucedió, con el tiempo ella aprendió a controlar ese genio que se manejaba encantador y, a momentos, implacable.

-Imagine que era por eso -respondió- tú y tu extraña manera de demostrar que me amas. Tengo que reconocer que no compartí esa conjetura en su tiempo, ahora lo hago.
-Lenta
-¡Oye! -exclamó ella- no te burles.
-Te tomó quince años compartir mi razón.
-Y a ti contármela -refutó ella- ¿Sabes? Eso fue lo que mas me frustro, no saber el porque. Sabes que siempre pido explicaciones.
-Sabes que no siempre fui bueno dándolas.

Ambos compartieron una mirada de complicidad que no solo encerraba el momento y la circunstancia sino, mas bien, entreveraba la posibilidad absurda de que aun tenga la capacidad de reír juntos. Decidieron que se debían esas copas que jamás pudieron compartir. Caminaron al bar más cercano. Continuaron la conversación sentados junto a una de las ventanas que daban a la calle principal. Él lo contaba lo poco paciente que se había vuelto mientras que ella decía que tenía la paciencia suficiente para lidiar con lo que antes la exasperaba. Llegaron a la conclusión de que durante hubo un trueque que los transformo. Después de una relación es muy complicado quedar igual. El whisky transmutó el tiempo, ella recordó lo feliz y segura que se sintió a su lado mientras que él volvió a la dependencia necesaria de sus gestos, tonos de voz y miradas. Entonces ella lloró, lloró por ese tiempo que creía perdido, por esas caricias que envejecieron en el aire, por esas palabras que, yuxtapuestas, habían perdido sentido alguno. Él la abrazó invadido por una sensación que poco recordaba, que ya extrañaba sentir. Recordó que por momentos, en su día a día, solo deseaba asirse a ella, sentir que estaba, que era real. La tenía entre sus brazos y sería absurdo dejar que parta de nuevo. Los besos comenzaron a llover y a fluir en cantidades absurdas como si intentaran redimir esos años que pasaron separados. Fue cuando cayeron en cuenta de que los besos fueron caricias y las caricias prescindieron de ropa y la ropa vistió el suelo y el suelo sostuvo la cama y la cama los alejó del presente. Sábado y Domingo fue 15 años atrás. Deseaban llenar ese espacio con sonrisa y sonrisa, con gemido y gemido, con sudor y sudor. El sueño también era parte de la rutina que se repitió y repitió.

Mientras se vestía supo que la lluvia no escamparía y que llegaría empapado a casa. Apagó la luz y aquel miedo de no ser amado, por primera vez había desaparecido pero la incertidumbre del mañana lo esperaba en la almohada. Cerró la puerta y presionó el botón del ascensor, la puerta metálica se abrió de par en par y dentro el ascensor ella le preguntó con el café en la mano:

-¿Te ibas a ir sin mi?




Dejemos esto en claro si estoy triste estoy triste
Estoy triste por que no llueve y por que estas lejos
Estoy triste por que el té esta frío y no encuentro las llaves de mi casa
y porque no encuentro mis llaves ni mis puertas
Estoy triste por que el aire susurra lejos y se hace esperar igual que el futuro

Comentarios

Entradas populares de este blog

Trompetas en el Cielo

Katherine

¿Es este el sabor del verdadero amor?