Te recuerdo, una vez más, que no tenía interés alguno en ser tu amigo. Quise ser tu amante, en toda la extensión de la palabra, del pensamiento y del deseo. Sabías bien que tu esposo no te hacía feliz, me lo dijiste entre pitos y copas, entre colillas de cigarrillos y el aroma del splash que usas para intentar aplacar el olor de los mismos. Te atemorizaba la frontalidad con la que te hablo, con la que aseveraba que quería ser mucho más de lo que otros han sido en tu vida. La última vez que nos vimos, tú estabas tan radiante y feliz hasta que soltaste lo que habías querido decirme hace unas horas. -No creo que pueda dejar a Mateo -dices en un falso intento de honestidad- Hemos estado juntos desde segundo curso, sé que él es el amor de mi vida. -¿Entonces por qué estás en mi cama, abrazándome y besándome como si él no existiera? -Él no existe aquí, en este recodo de espacio y tiempo, solo estamos tú y yo -tomas mi mano y la pones alrededor de tu cadera- Como tampoco existe Rosalía aq