La Luna nunca nos vio

-¡Esto no es un motel!

Recuerdo aquel grito de mi madre mientras mi acompañante de esa madrugada y yo salíamos despavoridos del departamento, como dos ladrones escapando de la policía. No entiendo cómo todo salió mal, tampoco recuerdo en que momento de la noche mi amiga entró a mi habitación y comenzó a besar mi rostro. Aquella caricia otrora era el sello de haber pasado algún tiempo juntos muchos veranos atrás, cuando era un joven que poco o nada le importaba el futuro y cuando ella era una chica perdida en el tiempo. Recuerdo cómo sonaban nuestros pies desnudos, que no era la única desnudes presente, cuando golpeaban el frío mármol que retumbaba en el silencio del condominio. Antes de partir no pudimos darnos cuenta de las prendas que habíamos traído, lo bueno es que yo tuve la destreza de ponerme mi bóxer en un abrir y cerrar de ojos, aquella destreza se había perfeccionado por los centenares de veces que despertaba tarde para ir al trabajo y tenía que vestirme en un santiamén, ella había logrado ponerse su interior, que adornaba el piso de mi cuarto, pero el tiempo era corto ya que mi madre, conociendo lo sulfúrica que era, podría, en cualquier momento, entrar para sacarnos a trompadas. Tomé sus tacos, ella agarro mis zapatos y una bola de ropa que estaba sobre la cómoda y salimos. Corrimos, pues, con el torso y las piernas desnudas y el sudor recorriendo nuestras espaldas, mientras bajábamos del cuarto piso nos lanzábamos las prendas respectivas en intentábamos no tropezar, En el tercer piso, la desnudez había desaparecido; en el segundo piso, el paso estaba marcado por sus tacos, en el primer piso nos dimos cuenta de que la camiseta que ella tenía era una camiseta mía que en el apuro habíamos tomado por equivocación. Al salir del condominio, cuando llegábamos a la calle principal, me di cuenta de que no tenía llaves ni mi teléfono celular. En el bolsillo derecho tenía un par de dolares y un encendedor y en el izquierdo la cajetilla de Marlboros. En mi billetera apenas cargaba sesenta dolares. No tenía cómo entrar a la casa, tampoco creo que hubiera sido prudente hacerlo en ese momento pero tampoco hubiera sido desaparecer esa noche sin avisar. Fue entonces cuando ella preguntó.

-¿Y si esperamos aquí a que amanezca?
-¿Estás segura? -pregunté
-Si, ¿Por qué no? Ademas no creo que debas volver a tu casa.
-Tienes razón, eso pensé hace un momento.
-Yo jamas volveré

Yo solo reí. Reí porque me imaginé la escena como si fuese una película de Wes Anderson con sus planos laterales; nosotros bajando las escaleras mientras nos vestíamos y la cámara se movía verticalmente. Y era una función cómica donde los personajes, con sus peripecias, hacen que la gente llore de risa. Nos sentamos en un parterre mirando la desolada calle principal. El sudor ya se había secado y ambos respirábamos con mas tranquilidad. Encendí un cigarrillo y ella me pidió otro. Por un momento guardamos silencio, por un momento disfrutamos del silencio del otro y los carros comenzaron a cubrir la calle, el cielo poco a poco se tornaba celeste, los pájaros silbaban, el día a día volvía a ser. Fue entonces cuando ella soltó una carcajada y yo la acompañé. Reímos sin parar y sin dejar de mirar a nuestro alrededor.

-Sabes muy bien que no volveré a tu casa, ¿Verdad?
-Me lo dijiste hace unos minutos
-Perfecto

Se puso de pie y caminó a la calle. La vi alejarse a medida que el cigarrillo se transformaba en ceniza. Detuvo un taxi, se despidió con un ademán y desapareció entre el río de calles y semáforos. 

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