Tendré que...

Lo primero que podías a través de la pequeña ventana de la casa naranja era la delgada figura de Gloria bailando al compás de la música. Sin importar las fugases siluetas que iban de un lado al otro interfiriendo con mi campo visual, Gloria se movía majestuosamente y en sus caderas se desataba el caos al que el mundo estaba acostumbrado. Verla bailar así era lo mas cercano a lo mundano, a lo nuevo, a lo desconocido. Lo cierto era que a Gloria la había visto antes de aquella noche. Normalmente compartíamos un cigarrillo o dos en los descansos entre horas. Siempre ingenua, siempre descomplicada, era sencillo entablar una conversación con ella sin la necesidad de transgredir regla alguna. Hablar arrimados a la pared como prueba de que todo tiene que ser sostenido nos permitía saltar de tema en tema con la facilidad y la seguridad de un acróbata de circo. Las risas aprecian espontáneamente y las ocurrencias no dejaban de faltar. Los temas difíciles no eran tratados con delicadeza sino que se permitía el fácil ir y venir de opiniones. No era tan alta, de hecho categorizarla como alta sería una falta de respeto, lo apropiado seria decir que era menuda. Aunque la gracia de la juventud aun se debatía en un duelo contra el tiempo y de sobra todos sabemos que no llegaría a ganar, esto le daba un aspecto mas enigmático. Al tiempo todavía le faltaba debatirse con la larga cabellera negra que estaba reacia del blanco. Tomaba el cigarrillo con los dedos de la paz y fumaba como alguna artista de cine de los años 40. Siempre comenzaba la conversación con una pregunta que a la larga se llevaba con calma.

-Entonces, ¿Lograste entender lo que sucedió con Toledo? -preguntó entre bocanada y bocanada.
-Si, no se si tu sabes que tiene algo con Janeth.
-Todo el mundo lo sabe.
-¡Siempre me entero de todo tarde! -exclamé.
-Puede que tengas un leve retraso. -dijo al mismo tiempo que exhalaba humo.
-O no observo -acoté
-Si deseas, quédate con la ultima -agregó finalmente.
-Siempre con la ultima.
-Mira, Toledo y Janeth han estado en esta marea desde hace mucho -tomó la colilla del cigarrillo con el indice y el pulgar- Desde luego, ambos se han hecho los apretados pero este año era el decisivo. 
-¿Por qué? 
Lanzó la colilla muerta al suelo y la pisó.
-Janeth ya esta legalmente divorciada. -sentenció Gloria.


Esa era la Gloria que conocía en el día a día: un intento de seriedad, un intento de templanza, dos cuartos de valentía, 3 tazas de solemnidad, 2 toneles de paciencia, 4 cucharadas de honestidad. Pero a través de esa ventana podía ver a la verdadera Gloria. Entré y ella fue la primera en saludarme, lanzadose sobre mi y en la espera, y plena confianza, de que no la dejaría caer. Y así fue. Plantó un beso largo y vigoroso en mi mejilla y sonrió, me sonrió. No fue la risa del día a día, fue una risa con todas las de gloria. Lejos, dentro de un cajón al sur de la ciudad, estaba el atuendo de aquella Gloria que me acompañaba diariamente. Los uniformes son una las peores cosas que este mundo puede llegar a tener, siempre esconden las mejores cosas. Esa noche Gloria era la gloria. Jamas hubiera pensado encontrarme con aquel cuerpo vituperado por el tiempo y, sin embargo, totalmente abrazador. Mi ingenuidad es la peor y la mejor de mis facultades, dependiendo de la situación. Se separó y el latido de su corazón hacia eco en mi. Su mirada demostraba mas de lo que generalmente un par de ojos dejarían ver, hasta cierto punto la mirada de toda mujer esconde la profundidad de su ser. Añejada estaba aquella mirada que había visto innumerables de cosas bajo el sol. La noche pasó rápida entre incontable ritmos que habían sido olvidados en algún rincón de la memoria, entre luces que bailaban mejor que yo, risas, gritos de euforia, vasos de cerveza. Gloria me enseñó un par de movimientos camaleonicos para sobrevivir cualquier pentagrama. Refinar algo aquí, arreglar un dínamo allá y listo. Con el tiempo eso de reparar y pulir daría un buen resultado. Luego de un sinfín de canciones pudimos salir a la peatonal donde, desde un principio, pude ver a Gloria. Salimos a lo que sabíamos que no podía faltar. 

-No puede ser que no podamos pegarnos el respectivo cigarrillo -exclamé.
-Leíste mi mente -respondió.
-No leí nada, solo entiendo de patrones.

Esbozó una sonrisa de media luna que iluminó todo el lugar. 

-¿Y si nos vamos? -preguntó de súbito y sentí que la excitación del momento me contagiaba.
-Dale -respondí sin una previa meditación... ¿Qué había que meditar? Nada

Entró por sus cosas, las mías estaban en los bolsillos. Y salimos. 

Nos embarcamos en su automóvil. Aun recuerdo el olor de cuero seco que emanaba de ese aromatizador que danzaba con el viento. Fuimos a varios lugares, aunque todos cerrados ya que la hora así lo pedía. En el camino hablamos de cada una de las personas de aquella casa naranja que desencajaba de las demás casas. Hablamos de Toledo y Janeth, de Luzuriaga y Aguayo, de los Miranda y de Navarro. Criticamos, reímos y en algún punto lloramos por el pasado. 
Al pie de mi casa, luego de guiarla adecuadamente, me preguntó.
-¿Y si te quedas?

En sus ojos había algo de suplica y sencillez, de necesidad y frustración, de ira y resignación. Me vi reflejado en ella sin querer hacerlo. Fue aquello lo que me llevó a decidir si esa noche terminaba con un comienzo o continuaba la frustración. Y así cerré la puerta detrás de mi. 


"Yo se que te perdí mi amor pero aun queda algo bueno en mi 
voy a regar ese jardín para volver a hacerte feliz "

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