Luciérnagas

La calle se extendía hasta el horizonte. A los lados no había mas que hectáreas de césped y uno que otro árbol. El sol se ponía a nuestras espaldas mientras ambos caminábamos presurosos por el pavimento. Paula estaba agotada, su piel blanca estaba ligeramente ruborizada y cubierta por una fina capa de sudor que resplandecía levemente con los escasos rayos del sol aunque no con el mismo color. El cielo comenzaba a cubrirse por nubarrones oscuros y el olor a tierra húmeda se colaba por nuestras fosas nasales. Yo también estaba exhausto y sin ganas de seguir caminando, solo deseaba acostarme en cualquier parte y dormir hasta que el mundo se acabe. Sé que Paula quería lo mismo pero dada nuestra condición, nosotros nos acabaríamos antes que el mundo. 

-Perdimos la luz por tu culpa -me reclamó pero no me sentí culpable. La voz de Paula hacía que todo lo malo que pudiera salir de esa boca tomara otro contexto. Era una voz dulce.
-Lo lamento -respondí- ya mismo llegamos a la cabaña.
-Esta anocheciendo y sabes lo peligroso que es para nosotros.
-Calma, sobreviviremos. Lo hemos hecho antes.

Apresuramos el paso y a lo lejos pudimos ver nuestra cabaña de guayacán esperándonos preocupada. La noche no debía de envolvernos, siempre teníamos que estar a la luz del fuego o cualquier luz naranja. Esa era la nueva necesidad básica. Hace mucho tiempo que no nos alejábamos tanto de la cabaña, ya habíamos comprobado que no quedaba nadie mas en kilómetros a la redonda y el regreso siempre era algo molestoso. Una vez intentamos llegar hasta la playa, habíamos llevado un par de linternas de aceite para sobrevivir la noche. Sin embargo, un par de linternas no era suficiente para protegernos de la penumbra. Tuvimos que regresar lo más pronto que pudimos a la cabaña. Faltaba poco para que el sol se escondiera y las luciérnagas comenzaron a encenderse con una leve luz naranja que no era suficiente para salvarnos. Faltando unos pasos entendí porque del resplandor del sudor de Paula tenía otro color. De repente solo mis pasos retumbaron en la infinidad de este mundo vacío. 

-No te gires- alcanzó a decirme Paula- No quiero que me veas así. Pensé que esta era la mejor manera para que sobrevivieras. Dentro de la casa solo queda comida para un mes mas pero ahora tendrás mas tiempo para poder encontrar ayuda. Yo sé que la ayuda llegara. No me mires, te lo ruego. Ya poco queda de mi. Gracias por todo, no te des por vencido, no te rindas nunca... Y... si llegas a hacerlo... Ven a buscarme.

Fue todo lo que Paula me dijo, acto seguido una luciérnaga se posó sobre mi hombro. Su ropa había quedado atrás y la luz del sol había desaparecido. Entré a la cabaña y encendí todas las luces pero al recordar que solo estaba yo, apague algunas. Cada vez que lloraba Paula encendía su luz y una extraña sensación de quietud y compañía me embriagaba. La ayuda nunca llego luego del tiempo fijado por la comida, Escribo esto al mismo tiempo que devoro la última lata de atún. Paula sigue a mi lado, nunca se fue. Afuera todas las luciérnagas se han concentrado, están quietas, en espera ya que la raza humana se acaba conmigo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Trompetas en el Cielo

Katherine

¿Es este el sabor del verdadero amor?