Epitafio Navideño

Cabe recalcar que las luces del cuarto me molestan mucho. No puedo concentrarme con esta luz blanca en mis ojos. Puedo estar seguro de que existe alguna razón para que ésta me moleste más de lo normal, ¿será mi migraña? No, siempre viene cuando estoy con un centenar de cosas que hacer en la cabeza: óleos que pintar, en fin, cualquier cosa aglomerada. Pero últimamente no tengo más que esta pereza exagerada; es una modorra eterna que me impide levantarme, es apenas tener fuerza para abrir los ojos y apreciar esas luces de colores que titilan: azules, verdes, amarillas a lo lejos. “Tiritan, azules, los astros a lo lejos”, me suena al fragmento de un poema que en algún momento recité frente a la clase y que la profesora disfrutó al escucharme. Aún recuerdo el movimiento de brazos que mi padre me enseñó cuando me enviaron a estudiarlo. Pero, ¿por qué ya no puedo moverlos? Alguien me los sostiene murmurando algo, algo que no alcanzo a entender. No tengo fuerzas para luchar contra ese alguien. Me vence. Siento los párpados muy pesados, siento que el aire me falta. Otro alguien se acerca y se detiene junto a la cama. 

-          Tío -¿Se dirige a mí? Percibo una pizca de melancolía en su voz- tenga, un pequeño regalo. 
Veo un pequeño paquete caer sobre una mano pálida y delgada. Ésa es mi mano: pálida por la luz blancuzca que hace más triste todo, como las gafas en Oz; delgada porque seguramente tengo 5 años.  Sí, tengo 5 años y soy flaquito, un huesito. Mis hermanas están del otro lado de la calle ¡Corran, corran! ¡La mecha se encendió! ¡Ahí van! ¡Mira Celina! ¡Es verde! ¡Y rojo! ¡Y azul! Mira, caen a la tierra esas luces e iluminan las casas ¿Por qué no las ven? ¿Es difícil verlas? Pero si las veo claramente, están ahí explotando. Sonrío por el regalo en muestra de agradecimiento y se pierde entre las sábanas, de seguro caerá cuando me levante al baño. El simple acto de mover mi brazo y correr por la calle me ha dejado agotado. Esas luces de colores volvieron, hay más gente en mi cuarto, ¿cantan? ¿Qué cantan? “El camino que lleva a Belén”, Rita tiene una hija que se llama Belén. ¿Cómo estará? Espero que bien, espero que todos sus hijos estén bien. ¿Quién está mirándome? De seguro es alguien que, en este momento, siente pena por mí, lo puedo notar en sus ojos. Detesto que sientan eso por mí, no he trabajado tanto para regresar a ser el huesito que vivía en la calle sexta, ese huesito que era el hermano de Celina, Mirna y Rita. 
Me hablan, esto de no poder reconocer rostros es un terrible suplicio. Se me acerca gente con un tono de voz familiar, con un dejo conocido y creo que son (o fueron) parte de mi vida, pero no los reconozco. Solo doy mi sonrisa más despistada, y por despistada: sincera. ¿Quién me hablará? Me llama tío, pero a mis 14 años solo Celina tiene esposo y una hija de 3 años que me dice así.  Es esa niña, sentada en mi regazo, quien roba los pedazos de pavo que mi madre ceremoniosamente sirvió para mí, para su príncipe, para su hijito. Mi padre está sentado en la cabecera, ríe; tiene esa sonrisa gigante, esos dientes toscos, esas cejas de alfombra, tiene ese semblante que no heredé. Celi me da un regalo, es un carrito de metal de esos que colecciono, los llevo coleccionando desde que venían con una parte de espumafón. La adoro como no tiene idea. Rita se acerca y me da un libro, “El Principito”, me sonríe y la abrazo. Mirna me regala una camisa que estoy seguro usaré solo en misa y por cortesía le agradezco. Del otro lado de la mesa mi padre sigue sonriendo, sé que todos esos regalos fueron comprados por él y que mis hermanas ayudaron a elegirlos. Lo veo tan claramente del otro lado de la mesa, sus manos gruesas sujetan con precisión los cubiertos mientras halaga la comida de mi madre. Esta alegría la recuerdo diáfanamente: el aroma a canela, el sabor a pavo, la cocina caliente, los villancicos en la radio: “Dulce Jesús mío, mi niño adorado”, mi padre cuenta que ese villancico es tan viejo que le recuerda sus primeras Navidades. Extraño a mi padre. Siempre he pensado: ¿Será que de verdad merecía aquello? Conocí la justicia en los fuertes nudillos de mi padre al estrellarse en mi rostro. Mi intención nunca fue faltarle el respeto, ni mucho menos seguir escondiendo lo que era, lo que soy. Siempre lo supe, al comienzo pensé que había venido averiado pero, con quién quejarse, con quién hablarlo. Mi padre siempre espero que llegara con alguna novia, Celina y Mirna me presentaban chicas, Rita solo me escuchaba. Tengo un mero recuerdo, una rubia que conocí hace tiempo, me gustaba. Intenté mantener una relación con ella pero no pude, sentí que era mentirnos. Escribí una carta confesando la verdad que ella secretamente sabía. Nunca más volví a verla. 
-          Tío, venga, levántese. -este “sobrino” mío me levanta cual muñeco de trapo. 
¿Qué tan desgastado estoy? Cada paso requiere cantidades abismales de energía. Déjenme respirar, por favor, aquí me quedo. ¿A dónde me lleva? Este chico decide levantarme, solo él puede cargarme.  
-          Tío, ya todos estamos aquí –me dice con calma.  
¿Quiénes son todos? ¿Mis familiares? Pero si casi todos están muertos, solo quedan mis hermanas. ¿Quiénes están sentados en la misma mesa donde mi padre come el pavo que mi madre preparaba varias Navidades atrás? Todos comienzan a conversar, todos se acercan a mí. ¿Qué esperan de mí? Sonreír es lo único que no demanda esfuerzo. Todos me parecen extrañamente familiar, es como despertar después de un sueño y el recuerdo pende de un hilo muy fino.
-          Joaquín -¿Así me llamo?- ¿Cómo te sientes? -¿Cómo me siento? Confundido, perdido. 
-          Tía Mirna, no lo va a reconocer -¿Ella es Mirna? Pero hace rato me acaba de dar la camisa  con la que fui todos los domingos a misa ¿Fui? Aquello implica un pasado, entonces esto que vivo, ¿qué es? 
-          Déjelo tía, apenas me recuerda a mí. 
¿Lo recuerdo a él? No sé su nombre, pero lo recuerdo. Tiene que ser el hijo de Celina o de Rita. Ambos siempre se llevaron bien conmigo. Miro a este sobrino mío y la confianza regresa. El esposo de Rita comienza a reír, siempre fue muy ameno, muy radiante. Todos lo siguen, comienzan a cantar con él villancicos. Me acercan a ellos, sonríen al verme, me invitan a mirar las luces titilar ya no a lo lejos, sino aquí cerca, en el árbol donde todas las Navidades nace Jesús. Esta alegría la comparo con esas Navidades pasadas. Puede ser que lo malo de la Navidad sea esa suma de anhelos que jamás volverán. Esas luces blancas me molestan, pero ya no tanto, ahora estas luces y voces me hacen sentir completo, mejor. 

Nada cansa, nada aqueja. Comienzo a cantar, comienzo a sentir que la algarabía regresa a mí. Me gustaría decirles que en este momento soy feliz, que lo que me entristece es que este cuerpo ya no dé para más. Que me recuerden así, no como me veré en ese febrero, maquillado y en un terno de tercera. No quiero morir, pero no me queda de otra. Disfrutaré esta Navidad, no debería ser la última, pero todo tiene esa maldita manía de acabarse. Con este poco de energía, con esta pesadez que me llena, logro articular lo que he querido decir desde que comencé a escuchar esos villancicos. La miro a Rita, quien estará conmigo hasta el final; le sonrío y con mucho cariño articulo: 
-          Feliz Navidad, ñaña. 

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