Intento #10
La sangre nunca tocó el suelo. Dómino Meryl yacía en el piso del apartamento
434 en el 6to piso del Edificio Moore. Las puertas del balcón estaban abiertas
de par en par permitiendo que las ráfagas de viento movieran todos los adornos que
deberían alegrar ese día. Serpentinas, globos y banners con los mensajes de
congratulación en otro idioma estaban ya desparramados por doquier. Los grandes
muebles de terciopelo gris estaban intactos y sumamente limpios, efectivamente
ese mismo día Domino los había limpiado con vapor de agua. La pequeña mesa de
madera que estaba rodeada por los muebles tenida un llamativo centro que consistía
en un florero de cristal con rosas rojas recién puestas acompañadas de cada
lado por dos adornos metálicos negros y largos que sobre sus bases de madera
hacían un hélix para terminar en un plato donde reposaban los anchos cilindros de
cera blanca. Dos hermosos rectángulos y un cuadrado de madera,
delimitaban paisajes congelados de tierras lejanas jamás visitadas, estas
imágenes colgaban en las inmaculadas paredes blancas las cuales Domino había limpiado con ahínco ese mismo día, antes de limpiar los muebles.
Aquel día Dómino Meryl cumpliría 30 años y estaba preparando una
fiesta, todo iba bien. Varias personas, las imprescindibles y las que estaban
en la lista por compromiso, habían confirmado su asistencia. Las tarjetas de
Domino tenían cupo ilimitado. Compró tequila para las mujeres,
whiskey para los viejos, brandy para los homosexuales pomposos, vodka para las
putas de la oficina y algo de absenta y un paquete de polvo espacial para que
ella y Sigmund pudieran tener una noche como alguna otra. Llegó a su casa muy
temprano, los invitados llegarían en cuatro horas, se ducho, comió algo y no
pudo soportar la tentación de la absenta mezclada con aquel polvo insípido.
Tomó un vaso e inhaló, no satisfecha volvió a hacerlo reiteradas
veces hasta la mano de Sigmund la detuvo y juntos tuvieron una noche en cielos
marinos y un suelo hecho de nubes, una noche con faroles que alumbraban con luces del arcoíris, volaron con alas de papel y nadaron piscinas de yogurt,
corrieron por un campo cubierto de flores y césped hechos de gomitas
masticables. Bajaron un par de estrellas del firmamento y se las metieron a la
boca que, como supernovas, exploten en sus bocas. De un salto tocaron el cielo
y cayeron como plumas sobre el mar y corrieron uno tras del otro desnudos sin
hundirse hasta que en las estrellas cayeron sobre ellos y su refugio se
encontraba del otro lado de un majestuoso puente de cartón que los llevó hasta
la vía láctea y en ella bailaron flamenco al son de cáncer y sus pinzas,
sagitario y virgo cantaban mientras los gemelos se las ingenian para tocar una
guitarra. Se montaron sobre leo y este los llevó a la tierra, pero al tratar de
tomar la mano de Sigmund, Domino noto que él seguía bailando en el cielo.
Entonces lo vio.
No había nada que ella pudiera hacer después de ese momento, ese
momento cuando las palomas carmesí salieron en manada de su nido, la cabeza de
Domino. La bala había entrado y había salido a la velocidad de la luz. Recordó
que Sigmund nunca despertó después del ultimo viaje que hicieron juntos, hace mas de dos años, pero en cada viaje que ella hacía sola él siempre aparecía
y había un momento en el cual recordaba que él ya no estaba a su lado y todo
volvía a la normalidad pero esta vez soñaría siempre con él. No era nada egoísta,
planeó todo meticulosamente para que justo el día de su cumpleaños también se recordara el día
de su muerte. Su única preocupación, al abrir fuego, fue no manchar todo lo que
había limpiado.
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